viernes, 26 de abril de 2013

El don de la vida es para vivir en el perdón


El don de la vida es para vivir en el perdón



Se dice que el sagrado don de la vida es como una chispa resplandeciente en la oscuridad. Hoy me doy cuenta de esta gran verdad. Con motivo de un año más de vida el próximo 28 de abril, quisiera compartir con ustedes, estimados lectores, lo que han significado estos 27 años que Dios me permite vivir:

Algunos me conocen más de cerca, y saben que Dios me ha llamado en una situación familiar muy especial. Cuando era niño, era indiferente… cuando llegué a la adolescencia, me volví juez de mis padres, y ahora que soy un joven, lamento cada brote de ira que descargaba desprecio y reclamo hacia aquellos que darían todo por mí…

Uno aprende de sus errores, no soy perfecto… hay cosas que ahora reflexiono y simplemente no me perdono; pero el dolor del corazón es a la vez medicina para el alma.

Este año, en especial, quiero pedir perdón. Perdón a Dios, en primer lugar, por no ser el hijo que Él quiere que sea. Tantas oportunidades en mi corta existencia me manda cada día, y yo no siempre le abro las puertas de mi corazón… Perdón a mis padres, porque ese par de personas me han dado la vida; Dios se ha valido de ellos para llamarme a este inmerecido regalo: Perdón, madre, por no ser un hijo obediente, por creer que yo siempre debo de tener la razón, cuando tú solo quieres el mayor bien para mí; perdón, padre, por tratarte con indiferencia, cuando tú día y noche trabajas por amor a tus hijos, para que nunca pasen por las carencias y necesidades que pasaste en tu infancia tú… Perdón a mis hermanitos, por no haber sido un buen hermano cuando todos ellos eran pequeños, porque en ustedes veo un gesto amoroso de Dios, al darme 6 miembros con quienes reír, jugar y soñar, cuando hay muchas familias que no tienen hijos… Perdón a mis amigos, porque les he fallado: un amigo verdadero sabe compartir y dar su tiempo con sus amigos, yo no siempre lo he hecho con ustedes… Perdón a cada una de las personas con las que me he topado en la vida, porque ellas, esperando mucho de mi persona, han recibido poco o nada, perdónenme, porque no siempre me doy cuenta de mis acciones hasta que el tiempo y la misma experiencia humanas me lo hacen ver… Perdón a la vida misma, porque se me está escapando de las manos, y aún no he aprendido a valorar que cada día puedo hacer de ella la mejor experiencia de mi existencia.

Ahora que voy a los 27, quisiera marcar un nuevo inicio en la vida, donde lo que fue pasado, sea un profundo mar de lecciones; lo que es presente, lo disfrute con los pies puestos en la tierra y los ojos hacia el cielo, donde habita mi Maestro; lo futuro, sea la esperanza de ser una mejor persona, un mejor hermano, un mejor hijo, un mejor amigo, un mejor cristiano para llegar a ser, en el pleno sentido de la palabra, un hijo de Dios.

viernes, 19 de abril de 2013

¿Creo en Dios pero no a la Iglesia?


¿Creo en Dios pero no le creo a la Iglesia?



Buenas tardes/noches mis estimados lectores. En este “Viernes de Opiniones”, ha despertado en mí la inquietud de hacer una opinión a cerca de un comentario que escuché en el receso del día de hoy de boca de una de las profesoras de la Universidad donde curso la licenciatura de Lengua Inglesa: un grupo de jóvenes charlaba a viva voz sobre las instituciones religiosas. Uno decía: “Yo no tengo religión”, otra comentó: “Yo no voy a la Iglesia porque pura mam…. dicen” y uno más dijo: “gracias a Dios soy ateo”. Entonces la maestra respondió a sus comentarios: “Yo creo en Dios, pero la institución como tal es lo que pongo en cuestión. Sus representantes han hecho tanto daño y mal a quienes pertenecen a una religión, sea la que sea, que yo ya no les creo”.

Este comentario despertó una gran sorpresa en mí, porque aunque mi corazón no lo quería aceptar, mi razón me decía que estaba hablando con determinación. Inmediatamente, los estudiantes le lanzaron alabanzas y comentarios de admiración a la maestra, y hasta una estudiante se atrevió a decir: “yo por eso no creo en el Papa”... Pero, reflexionando en lo sucedido, descubrí que:

Antes que nada, respeto las diferentes profesiones de fe, y también a quienes, en la ceguera de su inteligencia, no profesan religión. Pero hay una cosa que no me parece (y ante la cual estaré dispuesto a defender) y es precisamente que lancen juicios y comentarios destructivos ante realidades que desconocen. Es como suele suceder en la misma universidad: gran número de alumnos hablan mal de sus maestros, algunos por su manera de ser, otros, por la materia que imparten, otros más, porque creen que la manera de llevar las clases no es la mejor… pero por fortuna, yo que he platicado con mis maestras en más de una ocasión, puedo asegurar que no es así como los demás juzgan según la periferia de sus percepciones. Así pasa también con las religiones: quienes hablan mal de ellas, es porque no las conocen, si las conocieran, entenderían que las religiones son medios que nos ayudan a ser mejores personas; las reglas divinas surgieron por la desviación del hombre, por el olvido de lo esencial y el apego a lo placentero pero que lleva a la perdición…

Creer en Dios, supone, necesariamente, abrazar una religión, pues en ella (la religión), el hombre encuentra las pautas para conocer más a Dios mismo, presente en las celebraciones litúrgicas (y para nosotros, católicos, presente realmente en Cuerpo, Alma, Divinidad y Humanidad en la Eucaristía), en sus pastores y en la comunidad de creyentes. Por medio de las frágiles personas de sus representantes, Dios se vale para seguir mostrándose al mundo y seguir amando al mundo, cada vez más perdido y rebelde…

Al fijarse más en las carencias, debilidades y errores de los representantes de determinada Iglesia, la persona no ha comprendido el sentido de lo que significa la religión y por consiguiente, cae en subjetivismos y vanas interpretaciones de sus pastores y sacerdotes, porque no está buscando a Dios en ellos sino que busca el ideal que se ha trazado en esas personas consagradas y cuando no recibe de ellos lo que esperaba, viene un rechazo y desprecio que después se convierte en juicios destructivos. Dicho de otro modo: nadie es perfecto, la Iglesia está compuesta de pecadores, pero la virtud de muchos está en reconocerse frágiles y pecadores, y aún así, tomar la valiente decisión de guiar y mostrarle a sus hermanos (muchos de ellos incomprensivos) el Rostro amoroso de Dios.

Quien no se deja guiar por Dios todo le parecerá absurdo. Quien busca su libertinaje, acaba por perderse; quien se enorgullece de no profesar religión, en el fondo de su corazón está sediento de Dios. Y es que una vida sin Dios y sin una comunidad de creyentes, simple y sencillamente, no es vivir sino asesinar lentamente el corazón que Dios le dio para amar, ser amado y buscar a Dios en lo cotidiano de su existencia. 

viernes, 5 de abril de 2013

¿Quién soy? Soy discípulo de Jesús


¡¡Soy discípulo de Jesús!!



La condición discipular es un don de Dios. Así lo afirma Cristo: “No me eligieron ustedes, fui Yo quien los ha elegido” (Juan 15, 16). Esta es la primera gran novedad: Él nos eligió. ¿Para qué nos eligió? Dice San Marcos 3, 14: “Para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar”. Jesús nos llama, de un modo único y particular, porque Él nos ama. Su resonante voz no se cansa de llamarnos.

Pero, ¿Qué significa ser discípulo? En primer lugar, significa ser seguidor, pero también hace referencia a aquél que con su conducta, con sus palabras y con su forma particular de ser, habla de su maestro. El discípulo es la esperanza del maestro, porque sus enseñanzas, su modo de ver la vida, su capacidad de intuir las cosas, en fin, todo cuanto el maestro le transmita a su discípulo, quedará vivo en él; aunque el maestro muera, sus enseñanzas no morirán, y de esta manera, el maestro vence a la invencible muerte; en su discípulo, el maestro seguirá viviendo.

Jesús es nuestro Maestro y Señor, como nos dice San Juan 13, 13: “Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo Soy”. Él nos ha llamado porque nos quiere compartir su alegría.

¿Te has puesto a pensar cómo era la confianza de Jesús y su relación con el Padre… sus momentos de oración… su ternura para con los humildes… su compasión para con los necesitados y los que sufren…? Todo esto, Él nos lo quiere compartir, nos quiere enseñar a amar como ama Él, perdonar como perdona Él, nos quiere enseñar cómo debemos de dar la vida por los demás: de la misma forma que Él la ha dado por nosotros: hasta morir en la cruz.

Esta es la segunda gran novedad: Cristo nos ha impregnado su Ser, nos ha dejado un sello imborrable que nos identifica, que afirma que somos de su propiedad: la cruz. Entonces, ser discípulo hoy, significa tener una infinita confianza en Dios, nuestro Padre, en las buenas, pero sobretodo, en las malas. Significa tener un gusto enorme de platicar con Dios en la oración; significa acudir a Él con la inocencia de los niños, platicando de los pequeños detalles de la vida que a diario nos sorprenden, o de las cosas que nos hacen derramar las lágrimas con sentimientos heridos… significa conmoverse ante el dolor y la miseria en la que viven muchos de nuestros semejantes (todos los días, en las calles están, con los ojos sin vida, sin esperanzas; sin gritar que necesitan de ti, pero que con su mirada penetrante, está la voz de Cristo que te dice: ¡Aquí estoy!) Significa llevar esperanza donde la oscuridad y la injusticia humana han sembrado desolación y falta de sabor a la vida. ¡Qué difícil es aceptar el sufrimiento y las injusticias! Pero quien se sabe discípulo, tiene un ejemplo a imitar y predicar: Cristo, quien sufrió y cargo sobre sí, toda clase de injusticias y dolores… Por muy dura que parezca una realidad, en Jesús, el Hijo de Dios, todo, absolutamente todo, adquiere un nuevo sentido, incluso aquello que es oscuridad, se torna en radiante luz.

Tú y yo somos discípulos, esta es nuestra alegría y nuestro orgullo. No vagamos por el mundo sin saber quiénes somos. “Yo sé quién soy y en quién he puesto mi confianza” nos dice San Pablo en 2 Tim 1, 12. Así pues, que sublime condición que nos fue otorgada por puro amor, nos impulse a luchar por hacer un mundo más humano… 

¿Quién soy? ¡Soy discípulo del Señor Jesús!