viernes, 5 de abril de 2013

¿Quién soy? Soy discípulo de Jesús


¡¡Soy discípulo de Jesús!!



La condición discipular es un don de Dios. Así lo afirma Cristo: “No me eligieron ustedes, fui Yo quien los ha elegido” (Juan 15, 16). Esta es la primera gran novedad: Él nos eligió. ¿Para qué nos eligió? Dice San Marcos 3, 14: “Para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar”. Jesús nos llama, de un modo único y particular, porque Él nos ama. Su resonante voz no se cansa de llamarnos.

Pero, ¿Qué significa ser discípulo? En primer lugar, significa ser seguidor, pero también hace referencia a aquél que con su conducta, con sus palabras y con su forma particular de ser, habla de su maestro. El discípulo es la esperanza del maestro, porque sus enseñanzas, su modo de ver la vida, su capacidad de intuir las cosas, en fin, todo cuanto el maestro le transmita a su discípulo, quedará vivo en él; aunque el maestro muera, sus enseñanzas no morirán, y de esta manera, el maestro vence a la invencible muerte; en su discípulo, el maestro seguirá viviendo.

Jesús es nuestro Maestro y Señor, como nos dice San Juan 13, 13: “Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo Soy”. Él nos ha llamado porque nos quiere compartir su alegría.

¿Te has puesto a pensar cómo era la confianza de Jesús y su relación con el Padre… sus momentos de oración… su ternura para con los humildes… su compasión para con los necesitados y los que sufren…? Todo esto, Él nos lo quiere compartir, nos quiere enseñar a amar como ama Él, perdonar como perdona Él, nos quiere enseñar cómo debemos de dar la vida por los demás: de la misma forma que Él la ha dado por nosotros: hasta morir en la cruz.

Esta es la segunda gran novedad: Cristo nos ha impregnado su Ser, nos ha dejado un sello imborrable que nos identifica, que afirma que somos de su propiedad: la cruz. Entonces, ser discípulo hoy, significa tener una infinita confianza en Dios, nuestro Padre, en las buenas, pero sobretodo, en las malas. Significa tener un gusto enorme de platicar con Dios en la oración; significa acudir a Él con la inocencia de los niños, platicando de los pequeños detalles de la vida que a diario nos sorprenden, o de las cosas que nos hacen derramar las lágrimas con sentimientos heridos… significa conmoverse ante el dolor y la miseria en la que viven muchos de nuestros semejantes (todos los días, en las calles están, con los ojos sin vida, sin esperanzas; sin gritar que necesitan de ti, pero que con su mirada penetrante, está la voz de Cristo que te dice: ¡Aquí estoy!) Significa llevar esperanza donde la oscuridad y la injusticia humana han sembrado desolación y falta de sabor a la vida. ¡Qué difícil es aceptar el sufrimiento y las injusticias! Pero quien se sabe discípulo, tiene un ejemplo a imitar y predicar: Cristo, quien sufrió y cargo sobre sí, toda clase de injusticias y dolores… Por muy dura que parezca una realidad, en Jesús, el Hijo de Dios, todo, absolutamente todo, adquiere un nuevo sentido, incluso aquello que es oscuridad, se torna en radiante luz.

Tú y yo somos discípulos, esta es nuestra alegría y nuestro orgullo. No vagamos por el mundo sin saber quiénes somos. “Yo sé quién soy y en quién he puesto mi confianza” nos dice San Pablo en 2 Tim 1, 12. Así pues, que sublime condición que nos fue otorgada por puro amor, nos impulse a luchar por hacer un mundo más humano… 

¿Quién soy? ¡Soy discípulo del Señor Jesús!

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