¡¡Soy discípulo de Jesús!!
La condición discipular es un don
de Dios. Así lo afirma Cristo: “No me eligieron ustedes, fui Yo quien los
ha elegido” (Juan 15, 16). Esta es la primera gran novedad: Él
nos eligió. ¿Para qué nos eligió? Dice San
Marcos 3, 14: “Para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar”.
Jesús nos llama, de un modo único y particular, porque Él nos ama. Su resonante
voz no se cansa de llamarnos.
Pero, ¿Qué significa ser
discípulo? En primer lugar, significa ser seguidor, pero también hace
referencia a aquél que con su conducta, con sus palabras y con su forma
particular de ser, habla de su maestro. El discípulo es la esperanza del
maestro, porque sus enseñanzas, su modo de ver la vida, su capacidad de intuir
las cosas, en fin, todo cuanto el maestro le transmita a su discípulo, quedará
vivo en él; aunque el maestro muera, sus enseñanzas no morirán, y de esta
manera, el maestro vence a la invencible muerte; en su discípulo, el maestro
seguirá viviendo.
Jesús es nuestro Maestro y Señor,
como nos dice San Juan 13, 13: “Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen
bien, porque lo Soy”. Él nos ha llamado porque nos quiere compartir su
alegría.
¿Te has puesto a pensar cómo era
la confianza de Jesús y su relación con el Padre… sus momentos de oración… su
ternura para con los humildes… su compasión para con los necesitados y los que
sufren…? Todo esto, Él nos lo quiere compartir, nos quiere enseñar a amar como ama Él, perdonar como perdona Él, nos quiere enseñar cómo debemos de dar la vida por los demás: de la misma forma que Él la ha dado por nosotros: hasta morir en la cruz.
Esta es la segunda gran novedad: Cristo
nos ha impregnado su Ser, nos ha dejado un sello imborrable que nos identifica,
que afirma que somos de su propiedad: la cruz. Entonces, ser discípulo hoy,
significa tener una infinita confianza en Dios, nuestro Padre, en las buenas,
pero sobretodo, en las malas. Significa tener un gusto enorme de platicar con
Dios en la oración; significa acudir a Él con la inocencia de los niños, platicando
de los pequeños detalles de la vida que a diario nos sorprenden, o de las cosas
que nos hacen derramar las lágrimas con sentimientos heridos… significa
conmoverse ante el dolor y la miseria en la que viven muchos de nuestros
semejantes (todos los días, en las calles están, con los ojos sin vida, sin
esperanzas; sin gritar que necesitan de ti, pero que con su mirada penetrante, está
la voz de Cristo que te dice: ¡Aquí estoy!) Significa llevar esperanza donde la
oscuridad y la injusticia humana han sembrado desolación y falta de sabor a la
vida. ¡Qué difícil es aceptar el sufrimiento y las injusticias! Pero quien se
sabe discípulo, tiene un ejemplo a imitar y predicar: Cristo, quien sufrió y
cargo sobre sí, toda clase de injusticias y dolores… Por muy dura que parezca
una realidad, en Jesús, el Hijo de Dios, todo, absolutamente todo, adquiere un
nuevo sentido, incluso aquello que es oscuridad, se torna en radiante luz.
Tú y yo somos discípulos, esta es
nuestra alegría y nuestro orgullo. No vagamos por el mundo sin saber quiénes
somos. “Yo sé quién soy y en quién he puesto mi confianza” nos dice San
Pablo en 2 Tim 1, 12. Así pues, que sublime condición que nos fue otorgada por
puro amor, nos impulse a luchar por hacer un mundo más humano…
¿Quién soy? ¡Soy
discípulo del Señor Jesús!
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