viernes, 10 de mayo de 2013


El amor de una madre es único

Buenas tardes estimados lectores. Gracias por dedicarle unos momentos a este “Viernes de Opiniones”. En esta ocasión quiero dedicar este espacio a mi mamá, a propósito de este día en que celebramos a las madres.

Antes que nada, no soy partidario de este día, pues me parece más mercadotecnia que un día especial. En efecto, no tengo que esperar un 10 de mayo para decirle a mi mamá lo mucho que la quiero, o para tratarla con respeto, o de ser un buen hijo, hermano y cristiano y así hacerla feliz… pero bueno, a veces las “costumbres” nos hacen dependientes de los días y nos olvidamos de lo esencial…

Quiero darle las gracias a Dios por haberme llamado al don de la vida por medio de mis padres, en especial por medio de mi madre…

Mi querida madre no tuvo una vida de gentilezas y encantos: su infancia transcurrió entre la pobreza extrema y los maltratos familiares. De niña, no conoció la diversión propia de su edad, sino que, por la necesidad familiar, sólo conoció el trabajo y la responsabilidad. Su pasado ha sido doloroso. Además, como en todas las familias, los problemas familiares están a la orden del día… las presiones, las carreras y apuros por las que ella pasa diariamente… los dolores de cabeza que le ocasionamos al no comprenderla… en fin… mi mamá no ha tenido una vida color de rosa; sin embargo, a ella le debo todo:

Gracias mamá, por haber tenido la valentía de darme la vida: por alimentarme en tu vientre cuando aún era un ser en formación; gracias por amarme desde el primer instante que supiste que yo ya existía en tus entrañas aún sin conocerme. Gracias por tu paciencia cuando te ocasionaba malestares durante el embarazo. Gracias por el amor que me brindabas desde el vientre materno, pues es ese amor el que me ha dado identidad.

Gracias mamá, por tus horas y días de desvelo cuando en mi infancia era un niño enfermizo. Tu amor y tus cuidados han sido lo que en realidad me sanaban las veces que caía enfermo.

Gracias mamá, por tu apoyo incondicional cuando lo necesitaba. En mis momentos de incertidumbre, siempre estabas allí, para darme fuerzas y decirme a los lejos con tu mirada: "¡Tú puedes hacerlo!”.

Gracias, madre, por haberme inculcado los valores humanos del respeto, la solidaridad, la compasión y el amor al prójimo. Si no me los hubieses transmitido, no sería el hombre de bien que hoy procuro ser.

Pero sobre todo, gracias por haber sido mi maestra de la fe. Gracias por haber sido como el sembrador que depositó en mi corazón esa pequeña semilla. Gracias a la fe, mi vida tiene un sentido: podrán venir los momentos más terribles en mi vida, pero la fe es mi escudo, mi consuelo y mi paz. Hoy te quiero dar las gracias por haberme regalado este precioso don de la fe, pues conozco a Dios, y eso, madre, es lo más grande que has hecho por mí: hablarme de Él y llevarme hasta Él.

Estaré en eterna deuda contigo… perdóname si no he sabido respetarte como te mereces… pero tú sabes que te quiero mucho, porque tú eres mi madre… ¡¡¡¡FELICIDADES!!!


viernes, 3 de mayo de 2013

La Santa Cruz


Ya no es un instrumento despreciable

Hoy 3 de mayo, en México celebramos la exaltación de la Santa Cruz. Al respecto, en este “Viernes de Opiniones” quisiera hacer una breve reflexión sobre la importancia de la cruz en la vida de todo creyente en Jesús.

La cruz es un símbolo oscuro para otras religiones. Puesto que los romanos la utilizaban para darle muerte terrible a sus enemigos y a todo aquél que se rebelaba contra el imperio, otras creencias ven en ella un signo repugnante e indigno de ser mirado siquiera.

En tiempos de Jesús, la muerte en cruz era algo que se podría considerar dentro de lo normal. Los romanos muchas veces habían torturado a muchos clavándolos en la cruz hasta morir…

Jesús, poco antes de su Pasión, veía asomarse el trágico desenlace de su vida terrena, mas no vislumbraba que sería de ese modo tan cruel. Un sacerdote que me dio clases en el Seminario, hacia un comentario que siempre me llamó la atención: “Jesús no sufrió la muerte más dolorosa; hay muertes más terribles y sangrientas. Pero lo que hizo de diferente Jesús es que Él murió en ella siendo el Hijo de Dios”.

Al meditar en este comentario, me doy cuenta que el mérito de Jesús no está en cómo murió, sino por qué murió. El hecho de haber dado su vida en el madero de la cruz es circunstancial; si los romanos tuvieran un método más cruel de martirio, seguramente ése le hubieran aplicado a Jesús. Pero las circunstancias del momento llevaron a Cristo a abrazar la cruz con amor, pues había comprendido, desde la sentencia de muerte que pedían para Él por el pueblo judío, que la cruz sería el medio por el cual la humanidad, a la que tanto ama, sería redimida.

Así pues, la cruz adquiere un sentido redentor para los creyentes en Cristo: ya no es el objeto despreciable que solía ser, sino que, en memoria de aquél gesto tan grande de amor en el cual Dios nos ha manifestado su amor, el Hijo de Dios le dio un nuevo sentido al madero en el que murió. Para los cristianos católicos, mirar la cruz equivale a recordar que el amor de Dios no conoce límites; al contemplar la cruz, nos impulsa a dar la vida a favor de los demás, como nuestro Maestro la ha dado por nosotros. Por eso yo no me avergüenzo de portar con respeto una cruz colgada en el pecho, pues esa cruz me recuerda quién soy, de dónde vine y hacia dónde voy.