viernes, 21 de diciembre de 2012

La gracia de la confesión


La importancia de la gracia

Este viernes de opiniones, quiero compartir con ustedes, apreciados visitantes, la importancia de la gracia en el sacramento de la reconciliación.

El hombre en sí mismo es un gran misterio… ni aún teniendo 100 años podrá decir que se conoce a sí mismo… Esto quiere decir que en nosotros hay una vida sobrenatural implantada, que nos hace capaces de aspirar bienes trascendentales, como el amor, el respeto, la sobrevivencia…

Tristemente, nuestra naturaleza quedó mortalmente herida por el pecado de Adán y Eva. Muchos me han preguntado: ¿Por qué si ellos (Adán y Eva) fueron los pecadores, nosotros también sufrimos por su falta? La respuesta es: Porque nosotros somos uno en naturaleza; es decir, tanto Adán y Eva como nosotros, somos personas, y como ellos mancharon su naturaleza, nosotros puesto que también somos de su misma naturaleza, estamos manchados con el pecado… Pareciera injusta esta visión de la gracia-pecado, pero en realidad fue la libre elección del hombre y la mujer la que trajo el dolor y la muerte al mundo, no la voluntad divina. Porque Dios no creó al hombre y la mujer imperfectos, sino perfectos dentro de su naturaleza.

Como seres humanos frágiles, necesitamos de Dios. Cristo, al hacerse Hombre, vino a reponer aquello que en nuestra naturaleza se fragmentó. Y no hay modo más bello de experimentar esta reparación de la gracia que recurriendo a la confesión. Por gracia entendamos “Dios mismo dándose”, es decir, Él viene a nuestro encuentro para llenarnos de su amor.

Personalmente, este sacramento es como un oasis en el desierto, como el momento del descanso después de la fatiga diaria, como encontrarse con uno mismo en la intimidad del corazón…

Si bien es cierto que somos pecadores, no porque esa fuera nuestra naturaleza, sino porque a eso tiende por la desobediencia, en Cristo tenemos la fortaleza y la motivación para alcanzar la gracia y la perfección a la que estamos llamados desde el primer instante en el que Dios pensó en nosotros y comenzamos a existir. En esta próxima Navidad, te invito a hacer la prueba de confesarte antes de este gran Misterio del Nacimiento del Hijo de Dios, para que tu corazón sea como el humilde pesebre que el Salvador del mundo quiso por cuna. Quizá tu corazón sea tan pobre como aquel pesebre, pero si está abierto a la gracia, el Salvador puede acunarse en él.


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